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OPINIÓN: El duelo es difícil. Y eso está bien.

En enero de 2019, mi papá murió debido a una enfermedad relacionada con el trabajo. Fue paramédico del Departamento de Bomberos del Condado de Los Ángeles durante 20 años, con...

En enero de 2019, mi papá murió debido a una enfermedad relacionada con el trabajo. Fue paramédico del Departamento de Bomberos del Condado de Los Ángeles durante 20 años, con asistencia perfecta. Pero a los pocos meses de enfermarse, falleció. Solo tenía 49 años.

De repente, mi mundo se puso patas arriba. Mi papá era una figura monumental en mi vida. Yo tenía 15 años cuando murió y, a veces, siento que no he madurado desde entonces.

Eso es lo que hace el duelo. Puede arrebatarte tu identidad como persona y eso fue lo que me pasó a mí. Durante mucho, mucho tiempo, nunca reconocí lo que sentía, aunque constantemente recordaba lo que había sucedido.

Me comportaba mal en la escuela, bajaron mis calificaciones y no fui el mejor hijo para mi madre. Dejé que el duelo consumiera mi identidad al fingir ser alguien que no era.

No fue hasta que llegué a la universidad cuando comencé a reflexionar seriamente sobre mí mismo. Ahí me di cuenta de que no me gustaba el rumbo que estaba tomando. Mi mente intentaba seguir adelante, pero mi alma no sanaba. Reprimí muchos de mis sentimientos, ignorando el dolor.

En mi segundo año, no tenía idea de hacia dónde me dirigía. Así que decidí intentar ser productivo y unirme al Daily Sundial. No imaginaba que ese sería el inicio de mi proceso de sanación.

Uno de los recuerdos más vívidos que tengo es la primera vez que recibí la acreditación para cubrir un partido en el Rose Bowl. Mientras subía en el elevador hacia la sala de prensa, sentí una necesidad urgente de llamar a mi papá, hasta que la realidad me golpeó: simplemente, no habría respuesta al otro lado de la línea.

Incluso en uno de los días más emocionantes de mi vida, el dolor se coló en mi mente. El deporte era el pegamento que mantenía unida mi relación con mi papá; una de las cosas que más nos conectaba.

Aún recuerdo la vez que lo ayudé a formar un equipo fenomenal de fútbol americano. No debía tener más de nueve años, pero podía ver y oír la emoción que brotaba de él mientras yo recitaba de memoria el nombre de cada jugador.

Mi papá es la razón por la que quise dedicarme al periodismo deportivo y no a las noticias generales. Cuando salía a cubrir eventos y entrevistaba a atletas de nivel mundial, solo podía pensar en lo orgulloso que estaría de mí si pudiera verme.

Cubrir eventos deportivos me brinda el consuelo que necesito, porque me permite conectar con mi papá a un nivel más profundo de lo que cualquiera podría entender.

También encuentro consuelo en la música y en el cine. De hecho, después de ver Top Gun: Maverick por primera vez en el cine, lloré.

Durante toda mi infancia, no podía pasar una semana sin oír a mi papá cantar, “Danger Zone”, de Kenny Loggins. Le encantaba jugar voleibol en la playa, justo como en la película original de Top Gun.

Sé, sin ninguna duda, que le habría encantado ver esa película y me entristece no haber podido verla juntos. Fue un recordatorio de que está bien sentirse así; al final, soy un ser humano. Está bien extrañar a mi papá y seguir en duelo, incluso tres años después de su muerte.

Curiosamente, a mi papá le encantaba escuchar a Morrissey. Cuando era niño, nunca entendí por qué. Solo pensaba que tenía un acento raro y cantaba de forma graciosa. No sabía lo buena que era “Back to the Old House”, de The Smiths.

Escuchar música y ver películas puede no parecer una manera “normal” de sanar, pero si algo he aprendido es que no hay nada normal en el duelo. Nada relacionado con el duelo es lineal.

Sanar no es algo que ocurra de la noche a la mañana y eso está bien. Es un proceso. Yo soy el resultado de ese proceso. Por fin estoy empezando a sanar del acontecimiento más devastador de mi vida.

Soy una persona a la que rara vez se le ve sin una sonrisa o haciendo bromas, pero hay días en los que no me siento bien y eso también está bien.

No hay una forma correcta de lidiar con la pérdida de un ser querido. Ojalá no me hubiera tomado cinco años comprenderlo. Algunas de las lecciones más valiosas que aprendí en la universidad no vinieron de un libro ni de un aula, sino de mí mismo y de las experiencias que viví.

Desde entonces, he acumulado muchas “primeras veces”. Pero mi papá también las ha tenido. Fui el primero de mis hermanos en ir a la universidad y ahora estoy por convertirme en el primero de mi familia en graduarse.

Puede que no salve vidas como él lo hacía siendo paramédico, pero voy a ser periodista deportivo, porque eso fue lo que mi padre me inspiró a ser. Y estoy muy orgulloso de decirlo.

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